20 de septiembre de 2009 ADOLFO ÁLVAREZ BARTHE Y LA ODISEA DEL SER HUMANO Ana Cristina Pastrana. Diario de León

La belleza hace el vacío, lo crea, tal como si esa faz que todo adquiere cuando está bañada por ella viniera desde una lejana nada y a ella hubiera de volver, dejando la ceniza de su rostro a la condición terrestre, a ese ser que de la belleza participa-¦ Y en el umbral mismo del vació que crea la belleza, el ser terrestre, corporal y existente, se rinde;-¦ entrega sus sentidos que se hacen unos con el alma. Un suceso al que se le ha llamado contemplación y olvido de todo cuidado» (M. Zambrano).

 

El arte en la pintura es una búsqueda de la realidad originaria. Toda la obra de Barthe constituye una Odisea, proceso en el que se enfrenta al hombre desde lo oscuro a la revelación, desde el sentir trascendente al origen. Las entrañas representan lo originario, el sentir irreductible, la condición de viviente. «Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos; estaré muerto» (Borges). La quietud arquitectónica reflejada en los elementos estables Jakim y Boaz, columnas del templo de Salomón de origen neolítico, sostienen nuestras Troyas y protegen nuestra vulnerabilidad, permanentemente atacada. «Que él erija esta casa» y «Con poder expulse de estas puertas a todos sus enemigos», éstas son sus máximas.

 

El presente eterno

 

El pintor leonés persigue un lenguaje universal en el que pueda plasmar el presente eterno. El tiempo ha sido una interrogante desde siempre para el ser humano. La Literatura, la Física, la Filosofía y la Pintura lo han tratado desde diferentes concepciones en cada cultura y en cada época. Por una parte se nos impone como una experiencia angustiosa sobre la brevedad de la vida, manifestándolo en el lenguaje poético. El lamento se nutre de la sabiduría popular y da lugar a numerosas metáforas que se reflejan en el Arte y sirven de base para la Filosofía. Así, continuamente decimos que el tiempo vuela, lo cual impide al presente permanecer para siempre; nuestras experiencias se quedan en el pasado sin la posibilidad de ser modificadas y son rescatadas por el recuerdo, amenazado por la destrucción del olvido. Los símbolos están presentes en nuestro discurrir, son los que nos definen y nos enfrentan, los que nos relatan como consecuencia del tiempo vivido. El símbolo inverso a nuestra vida lo constituye el tiempo cósmico, representado como una inmensidad inmóvil. Como seres racionales intentamos darle un sentido a nuestra efímera existencia dentro de ese espacio inabarcable. Así decimos que nuestra vida transcurre en el tiempo. La Literatura lo refleja de diferentes formas. La idea del tiempo es más bien lineal en Edgar Allan Poe - El gato negro - y en Flaubert - Madame Bovary -, mientras que se presenta simultánea o paralela en Cortázar -“ Bestiario - y en García Márquez - Cien años de soledad -. No obstante, hay que reconocer que vivimos un presente eterno como seres que relatan continuamente su existencia. El pasado es parte del presente, como también lo es el futuro. Desestimar el primero significa mutilar una parte de nosotros con todas sus nostalgias, angustias, resentimientos y conocimiento, porque, queramos o no, debemos hacernos cargo del ser histórico que somos. La desunión del vivir actual tiene su alivio en el mismo medio que nos lo hace sentir: el arte. «Se descubre en el arte el anhelo elevado a empeño de reencontrar la huella de una forma perdida no ya de saber solamente, sino de existencia; de reencontrarla y descifrarla» (María Zambrano). Asociamos al pintor la obra del historiador Sigfried Gledion, El presente Eterno: Los Comienzos del Arte. Este trabajo juega un importante papel en la difusión del racionalismo arquitectónico y supone una aportación al tema de la constancia y el cambio, además de una interrogación sobre los orígenes del impulso artístico del hombre.

 

El retorno a la memoria universal, a la connivencia de la pintura y la literatura supone una recuperación de los jeroglíficos del antiguo Egipto y a los emblemas renacentistas, según manifiesta el pintor. La escritura egipcia es figurativa, simbólica y fonética al mismo tiempo. La pintura no tiene preocupación por el arte o la estética, sino que se trata de una escritura, un conjunto de mensajes destinados a conseguir el favor de los dioses, la vida de ultratumba, la salvación eterna. Álvarez Barthe, en sus arquitecturas ilusorias, desarrolla una cita épica basada en los símbolos, ya que cada símbolo es producto de diversas connotaciones de nuestra cultura.

 

«Cuando los misterios tienen lugar en el hombre son llamados secretos. Y el arte lo sobreentiende, lo alude, en ocasiones, lo hace vislumbrar. Así, una obra de arte es tanto más verdadera cuanto más revela del secreto apenas desflorado de la condición humana-¦ el arte hace uso de un conocimiento que mantiene secreto. Y un secreto que mostrado sigue siendo misterioso. Y así los secretos de la vida humana son misterios cuando el arte los toca» (María Zambrano).

Órfico y metafórico

 

« Hay algo órfico y metafórico en cada obra» , nos comenta el artista. Nosotros la definimos como anacrónica. La obra de Barthe es un teatro, como el mundo, una representación en la que la épica encarna lo masculino y la diosa blanca, la poesía, que pide eternidad y no inmortalidad, lo femenino. « Alcina, la maga es la que te desarma psicológicamente», afirma el artista aludiendo a la famosa obra de Ariosto, aunque este último, con ironía, puntualiza: «Morir no puede ningún hada mientras el sol gire o el cielo no altere su costumbre». He ahí su jeroglífico: una mezcla de la imagen y la poesía. La Odisea revela el valor de Ulises, cuya voluntad supera los hechizos de Circe, la tentación de la inmortalidad y el dolor del Hades. Y es que, como diría Borges-¦ «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal» .

 

El culto a la personalidad, propio del romanticismo, viene desmentido por la intención del artista, empeñado, no en crear una imagen de sí mismo, sino un medio de visibilidad donde la realidad pueda instalarse y constituirse como obra con vida propia y entrar a formar parte del futuro. Es cierto que se canta lo que se pierde y que las pérdidas, como son subjetivas, dan lugar a distintos lenguajes sobre el mismo tema, pero son los símbolos los que dan unidad a las distintas interpretaciones y éstos cobran especial importancia en la obra del pintor. «La muerte puede tener mil caras, puede modularse infinitamente porque no es límite, sino elemento de la creación. La pintura roba a la vida su palpitación y a la muerte su permanencia, su acabamiento» (María Zambrano).

 

«Hoy no envidio ya ni a los necios ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles ni a los poderosos; envidio a los muertos, sólo por ellos me cambiaría». Giacomo Leopardi. Este escritor, que define la naturaleza como « Madre en el parto, en el querer madrastra», autor de una poesía reflexiva, siente, al igual que el pintor, un profundo desprecio por los falsos consuelos del pensamiento progresista y una gran compasión y solidaridad por la estirpe humana. Asume con dignidad la protesta contra un futuro sordo y ciego, amenazador, en el que el hombre, acosado por la hipocresía y la ambición, se ha desentendido de su pasado. Pero en la obra de Barthe no sólo observamos la razón poética como creación de expresión, de imagen, de sentido para entrar en el misterio de la creación pictórica, sino también la gran influencia de la música. El número juega un importante papel en sus trabajos, no sólo en las proporciones arquitectónicas, reflejo de las proporciones del cuerpo humano, sino en las pautas que confiere a la obra. «Sigo el ritmo universal de destrucciones y creaciones sucesivas», comenta, mientras alude a la Iliada , la Odisea , la Divina Comedia , Orlando Furioso , poemas épicos y místicos. Cabalgata de las Valkirias, de Richard Wagner...

 

Desvelar el misterio

 

«Algo debe cambiar para que todo siga igual». Esta máxima utilizada por Lampedusa en la novela El Gatopardo , está vigente en la actualidad. La acuñación de la misma por parte de los políticos, les ha valido el apodo de gatopardistas . Las reformas en Justicia o Educación, así como los carnavales culturales que sirven para enmascarar la cruda realidad, son una disculpa para justificar las promesas y para que nada cambie realmente. «Parte de la cultura se basa en palabras engañosas, no en valores» , afirma el artista. «Una cultura depende de la calidad de sus dioses» , corrobora María Zambrano y Antonio Colinas, paisano nuestro, con mucho acierto, añade: « Un árbol aguanta creciendo hacia arriba si tiene raíz». Y para los interesados, la receta de George Eliot, que va bien con esa exquisita carne llamada ociosidad, que muchos comen voluntariamente, y encuentran deliciosa: Primero elíjanse los bocados, como un sabueso, mézclese bien la desgracia, remuévase con el aceite espeso de la adulación, y espumar con los viles engaños de la vanidad. Servir caliente, preferiblemente en los zapatos de un muerto.

Adolfo Álvarez Barthe es un juglar que, ayudado por las veladuras del temple, técnica que domina, pretende desvelar el misterio y recobrar la memoria universal mediante un lenguaje capaz de plasmar el presente continuo, integrando en la pintura las matemáticas, la poesía y la música. Un hombre culto y libre, que no se supedita a los cánones que marcan las modas. Su obra es la representación, en forma de poema épico, de la odisea del ser humano, con todos los símbolos que la identifican.

 

 

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