El arte evoca lo que hay de eterno en la existencia. La experiencia de lo trascendente es
connatural al ser humano. Buscamos esos momentos en que nos sentimos arrebatados
e impulsados más allá de nosotros mismos. El arte es el medio insuperable para
alcanzar esos momentos. Y la obra del pintor Adolfo Álvarez Barthe propicia serenidad,
emoción y gozo a quien la contempla. La pintura de Barthe es música que hace girar
las bóvedas celestes sobre nuestras cabezas.
MG: El arte es consustancial al hombre y por tanto necesario; se ha impuesto a él
como un anhelo desde los orígenes prehistóricos (acaso las cuevas de Altamira
y Lascaux fueron las primeras catedrales de la historia). Como sostiene
Huyghe en El arte y el hombre: «El arte y el hombre son indisociables. No hay
arte sin hombre, pero quizás tampoco hombre sin arte. ¿Cómo es el hombre
que sujeta el pincel? ¿Cómo es Adolfo Álvarez Barthe?
AAB: Y ¿cómo es el espectador de la obra de arte? El hombre que sujeta el pincel
y el hombre que contempla la obra de arte son uno y el mismo. Envidio las
épocas en las que los artistas eran anónimos. Se construían catedrales. Era
más fácil obedecer a la vocación y a la Tradición. No era preciso que cada artista
inventara un nuevo y alambicado lenguaje. Quizás sea más grande el arte que
los artistas. Quizás pueda hacerse una historia del arte sin los nombres de los artistas.
MG: El filósofo Oswald Hanfling afirma que «la gente que visita galerías de arte, lee poesía y demás,
lo hace después de todo, porque va en busca de la belleza». Ya el arquitecto, escritor y pintor renacentista
León Battista Alberti afirmaba en su libro sobre la arquitectura que «la capacidad para
advertir la armonía y la belleza es una propiedad innata en la mente» y que el reconocimiento
de estas verdades deriva de la estimulación «rápida y directa» de los sentidos. Una intuición hoy
refrendada por la neurociencia moderna. ¿Dónde habita la belleza?
AAB: Puede que la belleza no tenga morada. Durante algún tiempo hemos creído que la belleza habitaba
en rigurosos cánones y en proporciones matemáticas. Pero ya sabemos que no es así. Quizás tenga
más que ver con el esplendor de las cosas que pasan. Y no es que los sistemas proporcionales sean
inútiles; sólo son instrumentos. Cuando San Pedro, en el momento de la Transfiguración de Jesús,
confiesa su agrado y propone montar unas tiendas para prolongar el momento maravilloso, se
empeña en lo que todos los artistas se han esforzado: que la belleza se demore aquí.
MG: «Quien ha contemplado la belleza con sus propios ojos está consagrado ya a la muerte», esta cita
de Von Platen, que Thomas Mann recoge en su escrito Sobre el matrimonio, Visconti quería que
hubiera sido la frase de lanzamiento de la película Muerte en Venecia porque consideraba que en
ella se recoge su sentido primordial. En la cinta, Tadzio encarna la belleza y, ya al final, se convierte
en figura mitológica al adentrarse en el mar con el brazo extendido señalando al Oriente, a Grecia.
¿Persigue el pintor el sueño de la belleza?
AAB: El artista es una persona seducida. Así que busca reproducir el momento de la seducción. Busca la
imitación. Los versos de Von Platen a los que usted se refiere vinculan esa búsqueda con la muerte.
El tema es antiguo: Eros y Thanatos. Hay personalidades que no soportan ese binomio. Hay otras
que sí. ¿Sabe usted que Von Platen y Leopardi coincidieron en Nápoles cuando los dos poetas no
superaban los cuarenta años y, sin embargo, ya parecían dos ancianos consumidos? Ninguno de
los dos llegó a los cuarenta. Goethe, que habló muy bien de los versos de von Platen, dobló esa
edad. Supo administrar, si eso es posible, su comercio con la belleza.
MG: Victor Hugo también lo formuló en Ave, Dea:
«La muerte y la belleza son dos
cosas profundas
que contienen tanto azul y tanto negro,
que parecen dos hermanas terribles
y fecundas
con un mismo enigma y un mismo
misterio».
¿Teme abrazar la belleza?
AAB: Durante siglos, los teólogos han escrito de lo que ellos llaman los tres trascendentales: la Belleza,
la Verdad y el Bien. No hay razón para dudar de lo que tantas generaciones de hombres y mujeres
han meditado y experimentado. Abrazar la Belleza también nos procura el Bien y la Verdad. El
asunto es identificar la verdadera Belleza y huir de sus simulacros y caricaturas. O saber renunciar
a lo bello hasta que no venga asociado a lo verdadero y a lo bueno. Cosa difícil y expuesta a muchas
caídas y a innumerables errores.
MG: El crítico británico George Steiner afirma que el arte es «el medio transformador más directo que
podemos experimentar los humanos; una Anunciación que irrumpe en la pequeña morada de
nuestro precavido ser». ¿Puede el arte ayudar a que la práctica ética y estética se instale de nuevo
en nuestra sociedad?
AAB: Sí, pero no voluntariamente. No porque exista un plan artístico para la transformación de la sociedad.
No olvide nunca que el arte que más nos transforma ha sido el que ha huido del servicio a
lo social. Lo social es un monstruo abstracto con quien es imposible dialogar. El arte supone un
diálogo de persona a persona. Ese diálogo puede hacerse también de manera comunitaria. Pero
siempre de persona a persona.
MG: Ante sus pinturas llama la atención la destreza manual y la habilidad mental que requieren, pero
sobre todo cierta serenidad clásica que imbuye a quien las mira... una belleza que conmueve, que
embelesa. ¿En dónde habitan en su obra la inspiración, la invención, la creatividad?
AAB: La invención y la creatividad dependen, en mí, de un surtido aparato de habilidades técnicas. Respecto a la inspiración, poco puedo decir. A veces pienso que trabajo al dictado de algo desconocido.
MG: En 1920 Virginia Woolf anunció en su diario: «Me ha venido por fin una idea sobre una forma
nueva para hacer una novela nueva». ¿Cómo le llega a Adolfo Álvarez Barthe una idea sobre una
forma nueva para hacer una pintura nueva?
AAB: Virginia Woolf no toleraba los logros de sus contemporáneos. En sus diarios no disimula los
sufrimientos que le causaron los éxitos de Proust, Joyce o Eliot. Ella padecía de eso que ahora se
llama angustia de las influencias. Por eso escribió en su diario la frase que usted acaba de citar. Ella
buscaba su propia voz. Y, desde luego, la encontró. Así pudo volver a decir lo que ya había dicho
Shakespeare. Las obras de Virginia Woolf fueron logros, no novedades. ¿Significa eso que existe
una nueva forma para una nueva obra? Yo creo que no. En mi caso, yo renuncio a las ocurrencias
novedosas para fijar mi atención en la originalidad. Así me vienen las ideas. Lo original (lo originario)
tiene que ver más con la Tradición que con lo novedoso.
MG: Aristóteles sugirió que todos los grandes hombres eran melancólicos, en referencia a la teoría de los
cuatro temperamentos identificados por Hipócrates (colérico, sanguíneo, flemático y melancólico).
El humanista Marsilio Ficino desarrolló esta concepción añadiéndole la idea platónica de que la
inspiración es un arrebato de origen divino (furor). ¿Vive la inspiración como epifanía?
AAB: Cuando, como es el caso de los pintores, se trabaja manualmente, la inspiración se vive como epifanía si encontramos dosis perfectas de trabajo duro y de eso que el poeta Luis Cernuda llamaba
ocio celeste. Sí, también hay que hacer novillos. Y hay que ser extremadamente serio cuando se
hacen novillos. Así se acentúa la atención y algo se revela. Si uno se vacía, está claro que lo que
nos inunda viene de lejos.
MG: ¿Es Adolfo Álvarez Barthe un hombre de dudas, opiniones, certezas o creencias?
AAB: Soy un hombre de tantas dudas que opto por la fe antes que por las certezas. Soy un hombre que
se siente cómodo con las personas que no tienen opiniones y sí creencias.
MG: Pese a que existe una evidente dificultad para dar apriorísticamente una definición de arte; no
obstante, a la pregunta ¿qué es el arte? podríamos responder que es el acto realizado por el hombre
para que la materia exprese lo inmaterial por medio de la imaginación. Pero para la valoración de
la obra de arte hay que contextualizarla. ¿Cuál es el marco de referencia que explica su obra?
AAB: La Tradición, así, con mayúscula. Para algunas porquerías que se hacen pasar por obras de arte, el
contexto que las explica es muy corto y engañoso. Va desde 1968 hasta nuestros días. El marco de
referencia de mis obras abarca 3.000 años.
MG: En la Tradición que reverencia el pintor existe la noción de que, dado que el hombre comparte
algunas de las cualidades de la mente divina, la observación adecuada de la naturaleza y de los
vínculos entre las distintas artes y ciencias permitiría al hombre, y en particular a artistas y científicos,
vislumbrar la esencia real del universo, la realidad subyacente. Para el Renacimiento esto
es lo que significaba sabiduría. Ya Vitruvio había señalado que las artes y las ciencias tenían una
teoría común pese a las grandes diferencias que las separaban en la técnica y la práctica. ¿Existe
hoy esa comunión entre arte y ciencia? De existir, ¿nos conduciría a la sabiduría?
AAB: T odo se ha atomizado. Da la impresión de que no se desea el diálogo entre los distintos saberes.
Incluso se legisla sin el consejo de las personas que más conocimientos tienen. Creo que fue el
poeta T.S. Eliot quien nos advirtió de la época de rebajas en la que empezábamos a vivir. Primero
convertimos la sabiduría en conocimientos y luego los conocimientos en informaciones. Los saberes
están llamados a entenderse. Las informaciones, no. Paliar esta situación hace de nuestra época
un tiempo apasionante y creativo.
MG: El filósofo de la ciencia Thomas Metzinger advierte del peligro de que en los ricos, decadentes y
descreídos países occidentales se instale un materialismo crudo y vulgar que preconiza que «no
existe nada parecido al alma», y que «básicamente eres un dispositivo para copiar genes». ¿Necesita
hoy más que nunca la ciencia al arte? ¿Y la filosofía? ¿Qué papel desempeña?
AAB: Sé que muchas personas de ciencia desean un acercamiento al arte. Habrá que estudiar si ese deseo
es legítimo o si lo que se busca es un nuevo lenguaje publicitario (el arte, en sus peores momentos,
realiza ese servicio) para imponer sabe Dios qué cosas. Por otra parte, las artes han multiplicado
de manera estéril los lenguajes; cosa que dificulta la comunicación. La filosofía nos puede ayudar
a marcar límites necesarios. La crítica filosófica es más urgente que nunca.
MG: En la obra de arte se encuentran el mundo de la realidad visible, del que parte y toma sus materiales;
el de los pensamientos y sentimientos, que arrastran al artista y los materializa: da forma
y expresión; y el de la plástica, aquellas necesidades impuestas por la materia de que está hecha y
la manera cómo se hace. Su pintura es transparente, fluida, luminosa. ¿Podría explicar la técnica
pictórica del temple que emplea en sus obras, lo que ha denominado «el laberinto de las capas»?
AAB: Al igual que el cielo que vemos, mi pintura es una sucesión de veladuras transparentes y traslúcidas.
Al igual que la carne del cuerpo que deseamos, mi pintura es una emulsión con un grado
importante de agua. Carne y cielo. ¿Carne salvada? En eso consiste la técnica del temple desde
hace más de 2.000 años.
MG: La realidad exterior se impone al artista: se dirige a los demás y ha de hacerse entender por ellos;
le es preciso un lenguaje. Usa imágenes reconocibles (jeroglíficos del antiguo Egipto, emblemas
renacentistas...). ¿Qué símbolos procedentes de la «tradición culturalista» pueblan sus obras?
AAB: Símbolos relacionados con la muerte y la resurrección como las barcas, las fases de la luna, las
hojas de los árboles. Símbolos religiosos como la Asunción de la Virgen, los santos orantes, la
Anunciación. Ruinas, cielos y símbolos que no lo son porque suspenden nuestro juicio y nos dejan
sin referencias, atrayéndonos, como los desnudos hermosos.
MG: ¿Existe también en su obra un simbolismo metafísico y arcano esperando a ser descifrado por el
espectador instruido?
AAB: Sí, pero me avergüenzo de ello. Porque eso es vanidad. Dos tontos vanidosos, un pintor y un espectador instruido, pueden creer que se comunican. Pero eso es vanidad. Ni siquiera podrán aplicar
los conocimientos que creen poseer. Jesucristo nos dijo que el Padre esconde los conocimientos
a los instruidos y se los revela a los más pequeños. El capítulo 11 de Mateo nos habla de la verdadera
fuente de la sabiduría. Hay que leerlo y releerlo para adoptar una postura humilde frente al conocimiento y huir de los lenguajes cifrados y para especialistas. En ese sentido yo soy católico.
Es preciso saber que el símbolo no es un signo. El símbolo es universal y actúa por sí mismo.
MG: El ritmo es la repetición de un elemento dentro de una estructura de intervalos o el movimiento
marcado por una recurrencia regular o periodicidad. Difiere de la repetición sencilla porque es
una recurrencia esperada. La cadencia de su obra se asemeja a la de un poema. ¿Es su pintura
poesía?
AAB: T odos los órdenes y sistemas proporcionales pueden aplicarse a todas y cada una de las artes. Los
versos se miden y las obras de arte se estructuran. Se supone que la sección áurea y otras delicias
matemáticas reproducen el cuerpo humano. Lo curioso es que la utilización de estos instrumentos
geométricos permite que los versos y los cuadros sean simpáticos al espectador. En realidad, un
cuerpo siempre llama a otro.
MG: Profundizando más en las semejanzas entre arte y poesía, en la Tradición renacentista se creía
que ambas detentaban los secretos de la armonía universal. Bartolomeo Facio, en su introducción
a la sección sobre la pintura y los pintores en De viris illustribus, proponía que «hay […] cierta gran
afinidad entre los pintores y los poetas; una pintura, de hecho, no es otra cosa que un poema sin
palabras. Pues en realidad en ambas obras se presta igual cuidado a la invención y a la organización
[…] Tanto la tarea del pintor como la del poeta consiste en representar las propiedades de sus temas,
y es en esto precisamente donde mejor se reconoce el talento y capacidad de cada uno». ¿Es Adolfo
Álvarez Barthe un poeta?
AAB: Por tal me tengo. Es curioso; me relaciono más con poetas que con pintores. No me gusta hablar
de lenguajes pictóricos, nuevos soportes, formatos audaces y espacios expositivos. Prefiero hablar
de las estaciones del año, de las fuentes, del mar, del viaje, de las constelaciones, de la tarde…
MG: Fidias decía que había aprendido de Homero cuál era la mejor forma de representar la majestuosidad de Júpiter. Al componer sus epopeyas, Homero se valió de poemas y cantos transmitidos
oralmente durante generaciones. Estas composiciones se basaban en mythos, que significa en
realidad «palabra», en el sentido de «última palabra». El término se opone a logos, que también significa «palabra» pero en el sentido de una verdad o afirmación que puede ser argumentada e
incluso cambiada. A diferencia de los logoi, que se escribían en prosa, los mitos se escribían en
verso. ¿Es arte la poesía?
AAB: T odas las Musas de todas las artes tienen una misma madre, Mnemosine, la memoria. La poesía
es hermana de todas las artes. En las familias numerosas se da la misteriosa circunstancia de que
cada hermano tiene recuerdos distintos de los mismos hechos.
MG: ¿Qué lamento digno de ser llorado se recoge en los hexámetros de su obra?
AAB: En Occidente están desapareciendo muchas cosas. Me han dicho (yo no sé si creerlo) que hay
hasta personas que comen sin pan. En sí, esto no es tan preocupante. Algunas cosas no es que
desaparezcan; es que se transforman o se esconden porque algo hay de juego infantil en la forma
de una cultura. Lo trágico es que se haya desatado una ola de estupidez muy destructiva. Muchas
cosas no son sustituidas por cosas de igual valor. Pues bien, la pintura puede hacer presente lo
que está en proceso de alocada destrucción. La pintura es un arte positivo que puede hacer visible
incluso lo invisible. Durante estos años he estado pintando una serie de cuadros, elegías como
pilares transportables, como arcas de Noé. Transmiten alegría y son celebrativos. Porque también
hay que decir que en lo arriesgado, en lo amenazado, en lo que muere, está nuestra salvación.
MG: La Luna es protagonista de uno de los grandes cuadros antes aludidos, lo que me recuerda unas
palabras suyas, pronunciadas en la presentación de su exposición Hieroglyphica en 2008: «No hay
una sola luz ni un solo brillo de la luna en todas sus fases, en todas las estaciones del año, en todas
las constelaciones por las que ha ido transitando que no esté en todos y cada uno de mis cuadros.
Esa es la grandeza del verdadero arte y la gran pintura y yo sirvo a eso». ¿A dónde le conduce esta
declaración de servicio al arte verdadero? ¿Tal vez a lo originario, al presente eterno?
AAB: No lo sé. Los artistas (y no sólo los artistas) tenemos nostalgia de la infancia y… de un tiempo anterior.
Y tenemos anhelos del futuro y de un tiempo posterior al futuro. Todo lo relativo al tiempo
es complicado. Y después está el asunto de la Memoria, la madre de todas las Musas. ¿De qué nos
acordamos los artistas? ¿De lo que nos ha pasado y de lo que no nos ha pasado?
MG: «Yo pinto los fantasmas de la Tradición», afirma. ¿De dónde proviene su «obsesión» por recuperar
el sentido antiguo y humanista de la pintura?
AAB: Existe una correa transmisora del conocimiento. En ocasiones podemos tener la impresión de que
todo un mundo se derrumba. Podemos tener hasta la certeza de que eso ocurre. Y, sin embargo,
la correa transmisora sigue actuando. Es tan evidente como que después del invierno viene la
primavera. Tan evidente y tan misterioso.
MG: Sus palabras me recuerdan el poema de Petrarca sobre Escipión el Africano, en el que volvía su
mirada al pasado para pronosticar el cambio trascendental y recurrente...
«[…] Poterunt discussis forte tenebris
ad puram priscumque iubar remeare nepotes.
Tunc Elicona noua reuirentem stirpe uidebis,
tunc lauros frondere sacras; tunc alta resurgent
ingenia atque animi dociles, quibus ardor honesti
Pyeridum studii ueterem geminabit amorem».
[Podrán tal vez, pasadas las tinieblas,
volver nuestros lejanos descendientes
al puro resplandor del siglo antiguo.
Verás entonces cómo reverdece
Helicón con renuevos, cómo tornan
a poblarse, sagrados, los laureles;
resurgirán entonces los ingenios,
los ánimos despiertos, eminentes,
de quienes brotará el ardor de antaño
por la pasión honesta de las Piérides].
Al igual que entonces, hoy Europa ha olvidado su grandeza. ¿Es tiempo de reeducar a Europa?
¿Qué papel ha de jugar la pintura?
AAB: Creo que vendrá un tiempo en el que Europa volverá a ser grande. Lo creo de verdad. Europa es
experta en renacimientos. Las artes serán artes y no ocurrencias. Volveremos a distinguir la casi
infinita variedad de colores que se suceden durante las cuatro estaciones del año en un continente
geográficamente privilegiado. Nos reeducaremos para volver a tener la atención necesaria para
percibir todo eso. Nuestros corazones, como las plazas mayores españolas, volverán a ser vísceras
abiertas por las que circulará el calor de la sangre. Las artes vendrán por añadidura.
MG: El sociólogo, filósofo y ensayista Zygmunt Bauman denuncia que en nuestra sociedad la cultura
«se convierte en un almacén de productos, concebidos para el consumo, que compiten por la
atención flotante, cambiante y desnortada de los potenciales consumidores, con la esperanza de
atraerla, captarla y retenerla durante algo más que un instante fugaz. Abandonando los rígidos
estándares, consintiendo la falta de discriminación, atendiendo a todos los gustos, sin favorecer
ninguno, fomentando la irregularidad y la «flexibilidad» (el nombre políticamente correcto de la
pusilanimidad) e idealizando la inestabilidad e inconsistencia». ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
AAB: Sí. Lo peor del dogma «todo vale» es que no es una creencia. El dogma de la Asunción de la Virgen es una creencia y eso hace que nos elevemos. El dogma «todo vale» es escepticismo y nos debilita.
MG: En la actualidad son muchas las voces que se alzan para preguntar: «¿Qué ha sido de la élite
cultural?». Como se interrogaba Whitman en Horizontes democráticos: «¿Acaso no está creando
rápidamente el proceso cultural una clase de arrogantes infieles que no creen en nada?». ¿En qué
situación nos encontramos hoy?
AAB: En el futuro se nos juzgará por haber permitido que en casi todos los cargos de liderazgo se instalen personas sin sabiduría, con escasos conocimientos y con un exceso de información no vertebrada.
MG: El catedrático de Estética y filósofo Mario Perniola señala que «la corrupción y el estilo mafioso
acompañan como sombras al neoescepticismo y al rendimiento. Ha desaparecido la responsabilidad
ética personal, lo ya sentido es la forma personal del sentir». ¿Cree que habla de España,
Europa?
AAB: H a llegado un momento en el que todos sabemos en qué estado se encuentra Europa. Ni siquiera
encuentra palabras para definirse. La sola palabra humanidad ya indica a qué grado de abstracción
irrespetuosa y estéril ha llegado Occidente. Ocurre lo mismo con la palabra ciudadanía. ¿Quién es
la humanidad? ¿Quién la ciudadanía? Nadie. Nada. España, con el abuso de ese tipo de lenguaje
(y, en consecuencia, también de actitudes) presenta signos de mayor degradación. Y, sin embargo,
todavía es posible demorarse en algo que es contrario al tipo de acción al que nos obliga la actualidad.
Podemos recuperar las armas de la contemplación. Y, como nos aconsejaba María Zambrano,
«hay que aprender a ser movidos por la luz.»
MG: El arte giego persigue la belleza de las formas y la bondad del espíritu: es el ideal de la Kalokagathía, cuya más alta expresión hallamos es los versos de Safo:
«Bello es lo que se ama. […]
Quien es bello lo es mientras está bajo los ojos,
quien además es bueno lo es ahora y lo será
después».
Tal vez la belleza habita en el amor y el amor mora en la familia. ¿Cuánto le debe Adolfo Álvarez
Barthe a la familia y al amor?
AAB: Mucho. El amor y la familia nos apartan de las consignas diseñadas para destruirnos. Además, el
amor y la familia crecen. Cuando algo amenaza ruina, el amor y la familia intervienen para reinventarnos.
No hay nada más creativo. Cuando algunas plantas advierten el peligro se apresuran
en su floración y en la fabricación de frutos y semillas.
Mucho se ha profetizado, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo XX, sobre la muerte del arte.
Nada nuevo. Ya Plinio el Viejo en el siglo I a. de C. afirmaba que la pintura romana era un «ars moriens», un arte que muere. El arte en su historia ha sufrido muchas muertes provisorias, ciclos de vida, muertes seguidas de un nuevo renacer. Puede suponerse en la actualidad que vive un agotamiento, algo que rebate la obra de Adolfo Álvarez Barthe que encarna el retorno al estilo, a la emoción y a la misma concepción clásica del oficio. «La noche llama a la aurora» (Huyghe).