La rehabilitación de una persona aniquilada y la recuperación de su obra resultan siempre misteriosas. No ocurre lo mismo con las restauraciones políticas. Ni con las amortizaciones financieras. La rehabilitación del polifacético Pável Florenski, que tuvo un muy tímido inicio en la URSS de 1958, nos parece tan enigmática que, para explicárnosla, quizás sea necesario comenzar estas páginas con una leyenda rusa.Y como nuestra intención es la de no privar al lector de cierto aire de extrañeza, concluiremos con otra leyenda.
En el siglo XVII un famoso y orgulloso monje, que había sido confesor del zar Pedro el Grande, fue encarcelado en la fortaleza de las islas Solovki, en el mar Blanco. Sus quejas eran excesivas para un hombre de Dios. Una noche, en sueños, tuvo una visión en la que la Virgen María quiso convencerle de que sus penas eran apenas nada y, señalándole una de las colinas de las islas, predijo que aquel lugar acabaría convirtiéndose en un nuevo Gólgota.
Casi tres siglos después los bolcheviques convierten las islas Solovki en un campo de concentración que, con el tiempo, sería un campo de reeducación de enemigos del pueblo. Personas vinculadas a la jerarquía de la iglesia ortodoxa rusa, católicos, científicos, artistas y estudiosos empiezan a poblar aquellas desoladas y frías islas. Muertes y más muertes se suceden por agotamiento y enfermedad. Los fusilamientos acaban por confirmar la profecía escuchada en el sueño del confesor de Pedro el Grande. Si es difícil encontrar palabras que incluyan dos veces la letra G, sorprende ver unidas la leyenda y la historia cuando escribimos las palabras Gólgota y Gulag.
Pável Florenski fue detenido el 26 de febrero de 1933 por pertenecer a un inexistente “Partido para el renacimiento de Rusia”. No era la primera vez que le arrestaban. Pero sí era la primera vez que la condena terminaría ejecutándose. El 26 de julio del mismo año fue condenado a diez años de trabajos en campos de concentración. Una larga odisea por distintos campos de trabajo, planeada por las autoridades soviéticas, consigue desorientarle. Primero ingresa en la cárcel de Lubjanka. Luego en los campos de Sbobodnyj y de Skovordino, hasta que, en otoño de 1934, es trasladado a las islas Solovki. Allí encuentra a otros “enemigos del pueblo”. Pero únicamente él parece cargar sobre sus hombros con la cruz de todos sus compañeros de infortunio. Y es que Florenski era sacerdote ortodoxo, matemático, físico, lingüista, teólogo, padre de una familia que quería seguir siendo familia, crítico de arte, poeta, pedagogo y cuantos trabajos y oficios habían realizado todos y cada uno de los desventurados prisioneros.
En su reclusión Florenski no deja de trabajar. Imparte lecciones de matemáticas y de química de las algas que serán aprovechadas posteriormente por sus alumnos. Hace descubrimientos con el yodo que, pasado el tiempo, serán aplicados para salvar la vida de muchos soldados rusos. Estos esfuerzos, que tienen su razón de ser tiempo después, son una constante en la figura y la obra de Pável Florenski. Su relación con el tiempo es harto compleja. Da la impresión de que el tiempo, en su caso, no es más que una de las formas de la esperanza.
Desde su prisión también escribe cartas a sus familiares. Esta correspondencia llega a sus destinatarios en dos tiempos. Llega a su madre, a su mujer y a sus hijos en los años treinta del pasado siglo. A nosotros nos llega ahora, extraordinariamente bien editada por EUNSA bajo el título Cartas de la prisión y de los campos. La milagrosa recuperación de estas cartas se debe a su nieta y a un español que entonces vivía en Rusia, Alkaen Sánchez, hijo del escultor Alberto Sánchez. Además del ejemplo moral que suponen, el contenido de estas cartas es fascinante. Todo un curso de cultura general se imparte en esta correspondencia. Cultura general no enciclopédica, sino personal, con un inconfundible sello que Florenski no duda en atribuir a lo familiar, a la estirpe.
Todos sabemos que la verdadera cocina no está en las recetas de los manuales. La verdadera cocina existe porque disponemos de innumerables recetas familiares que se transmiten de generación en generación, que se mezclan y se enriquecen a medida que las estirpes se ramifican. Puede que las mejores armas contra el totalitarismo comunista tengan que ver con la resistencia familiar, con el dar forma y sentido a la estirpe. Ahora disponemos nosotros de la correspondencia de un hombre que, en sus horas bajas, pensó que no contaría con destinatarios.
Las últimas cartas están fechadas en 1937. El 25 de noviembre se le prohíbe escribir a los familiares. La fecha oficial de su muerte fue, durante decenios, el 15 de octubre de 1943. El 11 de enero de 1990 la familia recibe una comunicación del KGB de Moscú en la que se le da noticia fidedigna del fusilamiento de Pável Florenski la noche del 8 de diciembre de 1937 en algún lugar cercano a Leningrado. Para seguir su rehabilitación oficial debemos adentrarnos más y más en el laberinto del tiempo en el que ya hemos entrado. El 5 de mayo de 1958 se revoca la sentencia de condena y prisión de 1933. El 5 de marzo de 1959 se firma la revocación de la sentencia de traslado y muerte del 25 de noviembre de 1937.
Si el amable lector se fatiga, con tantas fechas y tantos episodios temporales mezclados y confundidos, debe saber que nuestra intención es desmontar la secuencia diacrónica del tiempo. Porque está claro que la figura, los esfuerzos y los logros de Pável Florenski trascienden las fechas de nacimiento y muerte. Sus archivos y parte importante de su obra fueron destruidos. Así que, después de una milagrosa recuperación de manuscritos, obras publicadas y apuntes tomados por sus alumnos, fueron los años posteriores a su rehabilitación oficial los que parecen marcados por su magisterio. De sus ensayos sobre arte se hace eco, ya en la segunda mitad de siglo XX, el cineasta Andrei Tarkovski. La perspectiva invertida, publicada en español por Siruela, el magnífico ensayo sobre los iconos rusos Las puertas reales y el extenso estudio El espacio y el tiempo en el arte influyen poderosamente en el director ruso, tanto en sus películas como en sus escritos. Juan Pablo II cita a Florenski en su encíclica “Fides et ratio”. También lo cita en la “Carta a los artistas”. Lo cierto es que una corriente de la teología católica, cuyo máximo representante es Hans Urs von Balthasar, algo le debe a Pável Florenski. En teología, de los tres elementos trascendentales, el verum, el bonum y el pulchrum, este último, la belleza, ha sido despreciado por la modernidad. En un mundo sin belleza el bien pierde su fuerza de atracción. Pierde también la facultad de poder unirse a la verdad. Todos asistimos, desde hace ya demasiado tiempo, al poder hipnótico del mal y de la fealdad.
Regímenes políticos como el que conoció el mismo Florenski y un arte más que dudoso han infectado nuestro planeta de fealdad y crimen. Resulta trágico, antes y ahora, advertir que hay personas que entienden que no es tan grave elegir el mal y la fealdad.
Pues bien , la necesidad de una estética teológica ya fue sentida por Florenski en fecha tan temprana como 1914, año en el que publica La columna y el fundamento de la verdad, libro que, en español, forma parte del catálogo de ediciones Sígueme desde 2010. Los distintos saberes que se despliegan en este maravilloso libro no tienen nada que ver con una erudición de carácter enciclopedista. El enciclopedismo es algo vinculado al acelerado y loco progreso del conocimiento y, quizás, a la incapacidad de presentar los saberes unidos por los tres trascendentales: lo bueno, lo bello y lo verdadero. Contrariamente a lo que se cree, Florenski es un autor más cercano a la SUMMA que a la Enciclopedia. Por eso su influencia no ha sido masiva. De hecho, aquellos que han aceptado su magisterio son bien pocos. Valga como ejemplo el mencionado director de cine Andrei Tarkovski.
Es curioso que la recuperación de la obra de Pável Florenski no forme parte, como otras tantas revisiones culturales, de una restauración política o de un resentimiento oportuno y oportunista. No; aquí se dona y se nos ofrece un testigo antiguo. Existe una correa transmisora del conocimiento. Ahora sabemos que esa correa es delgada y flexible. Sabemos que resiste aun en épocas en las que todo un mundo parece desmoronarse. Hace posible que obras y mensajes esenciales puedan seguir actuando en un momento en el que no contamos con condiciones para recibirlos.
Durante los años sesenta y setenta del pasado siglo la obra de Florenski encontró pocos adeptos, pero los encontró. Los años ochenta y noventa pudieron haber sido una época excelente para la difusión de su obra. El mapa político cambiaba. Y, sin embargo, quien actuó fue la famosa correa transmisora del conocimiento, pero no los agentes intelectuales y sociales. Nos atrevemos a decir que, además, se creó una industria cultural muy contraria al mensaje de Florenski. Por eso hemos afirmado que su recuperación no tiene nada que ver con reivindicaciones políticas. La cuestión es mucho más misteriosa y no la razonaremos en estas páginas. En todo caso, la ilustraremos con una leyenda rusa al final del artículo.
En vida, Pável Florenski presenció uno de los fenómenos más degradantes que darían inicio a un ya largo periodo de decadencia: la subida de los intelectuales al carro de las ideologías. Florenski fue uno más de los tantísimos nombres que trabajaron antes de la primera guerra mundial, e incluso durante la revolución rusa, y que se consideraron a sí mismos pertenecientes a una “edad de plata” de la literatura rusa. Ya sabemos en qué hornos fue fundida toda esa plata. Y los primeros en encender esos hornos fueron los propios intelectuales. Hay que leer los artículos publicados por Gorki celebrando la conveniencia y las bondades de los campos de trabajo y exterminio de las islas Solovki. Hay que informarse sobre cómo Gorki y su mujer administraban las visitas familiares de los encarcelados. Hay que saber lo que recibieron a cambio de todo esto y el tipo de vida que quisieron llevar. Porque muchos científicos y artistas no se subieron al carro de las ideologías. Pensaron que el corpus de conocimientos del que disponían les habilitaba para la crítica o para el servicio. Pensando así consiguieron ser exterminados.
Durante años Pável Florenski impartió clases en distintos centros educativos. Participó, como técnico, en todo tipo de publicaciones. Sus investigaciones eran necesarias para el progreso material de Rusia. No fue crítico con el nuevo régimen, pero no abandonó ni su fe ni sus hábitos religiosos. Con hábitos religiosos queremos decir, su indumentaria y sus costumbres religiosas. Ciertos regímenes políticos no se contentan con el silencio y el servicio. Obligan a uno a que se defina y, desde luego, favorablemente. Florenski no lo hizo. Para arrestarle podía valer cualquier cosa. Uno de sus ensayos, Los imaginarios en geometría, incluye un comentario sobre la imagen geométrica no euclidiana del Paraíso de Dante. Eso significaba que el mundo descrito en la Divina Comedia era admisible desde el punto de vista de la teoría especial de la relatividad. Las autoridades soviéticas no podían tolerar una rehabilitación de la cosmogonía medieval. La acusación por propaganda de concepciones falsas e idealistas no se hizo esperar. El resto ya lo conocemos. O, mejor dicho, no lo conocemos todavía enteramente. Algo ayudará saber que en el año 2004 Horia-Roman Patapievici, físico y director de la revista Idei în dialog, publica un curioso y bellísimo ensayo titulado Los ojos de Beatriz en el que afirma y demuestra que, en los últimos cantos del Paraíso, Dante describe un cosmos no euclidiano semejante al descrito por las teorías cosmológicas formuladas siglos después por Einstein. La imagen que traza Dante del mapa del universo parece, hoy día, insuperada.
Y ahora es cuando nos parece oportuno ofrecer lo prometido: una leyenda rusa.
Un monje deja atrás su aldea para enfrentarse solo a la amenaza; el inminente ataque de unos tártaros. Cae de rodillas frente a un árbol seco, el único árbol que emerge en las tierras que rodean el poblado. Con la vista dirigida al horizonte puede distinguir, al oeste, los tejados de madera de la aldea. Por el este, lo que se oye – relinchos y gritos - es más claro que lo que se ve. El monje reza. Ha decidido que ya nunca dejará de orar. Inmóvil, cumple con su deber y defiende a los suyos. Los caballos tártaros no tardan en arrollar al monje y siguen su camino hacia la aldea.
Mucho tiempo después otros tártaros avistan las chimeneas humeantes sobre los tejados de aquel hacendoso lugar. Resuelven asaltarlo. Los caballos secundan la intención de sus jinetes. Relinchos y gritos ya oídos avanzan y se aceleran. Y cuando pasan por el único árbol, ahora frondoso, que hay entre ellos y el poblado, los caballos frenan su carrera, inexplicablemente dan media vuelta y siguen su camino sin que los tártaros puedan hacer nada.
Adolfo Álvarez Barthe
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