El director de cine australiano Peter Weir ha estrenado una película épica. No es la primera vez. En 1982 proyectó en las pantallas de cine El año que vivimos peligrosamente. Se narraban las peripecias románticas y profesionales de un periodista en la Indochina de Sokarno. Entonces el periodismo sí era heroico. En 2003 Master and Commander, o como en el mundo hispano se subtituló, Al otro lado del mundo, también nos mostraba que la defensa de las rutas comerciales y la construcción de un catálogo científico son asuntos épicos. Con estos antecedentes puede parecernos muy poco heroico el argumento de la última película de Peter Weir. Porque en este caso los protagonistas son fugitivos y aparecen en las primeras escenas degradados y abandonados, cuando no denunciados, por sus familiares. El título de la película es Camino a la libertad. Así que conviene aclarar que esos fugitivos lo fueron de un gulag soviético en la Siberia estalinista de 1940.
Peter Weir, fiel a su manera de trabajar, se ha dado siete años para escribir el guión, en compañía de Keith L. Clarke, y para encontrar los paisajes donde después rodó su película. Siete años son suficientes para adaptar, en un guión y bastante libremente, el relato autobiográfico de Slavomir Rawicz sobre su fuga de un campo de concentración soviético. Siete años también bastan para encontrar matices en la observación de los efectos de las estaciones del año en distintos paisajes.
Porque la fuga de los condenados, en la película y en la realidad, duró meses. Y el invierno, la primavera, el verano y el otoño ayudaron y complicaron aquella huida. Una nevada en Siberia puede borrar las huellas de unos fugitivos y salvarles, así, la vida. Pero también puede hacerles mucho daño.
No es nuevo, en los trabajos de Peter Weir, que el medio físico donde se desarrolla la acción, y por favorable que pueda parecer, empiece siendo una cárcel. Puede tratarse del océano, como en Master and Commander. O de una isla que es un inmenso plató televisivo, como en El show de Truman. O de uno de esos colegios anglosajones, como en El club de los poetas muertos. En Camino a la libertad se atraviesa toda Asia, de norte a sur. Para cada paisaje, y hay variedad de ellos, el director de fotografía Russell Boyd ha escogido los encuadres más convenientes. Los planos medios de los bosques siberianos no son los planos generales del desierto. La factura clásica de esta manera de filmar algo le debe a David Lean y está claro que sigue siendo un procedimiento adecuado para expresar la complejidad de los dramas humanos que se desarrollan en estos paisajes.
Algunos críticos han denunciado lo esquemático del guión de Camino a la libertad en lo que se refiere a la construcción de los personajes. En el caso de que eso fuera verdad, la extraordinaria elección que se ha hecho de los actores habría corregido la supuesta falta de rigor psicológico del guión. Pero uno ya es perro viejo y es fácil adivinar que lo que parte de la crítica quiere decir sobre el guión es, por ejemplo, que el único papel femenino (magníficamente interpretado por una frágil y generosa Saoirse Ronan) insiste en las cualidades tradicionalmente asignadas a su sexo, a saber, alivio y cuidado de los hombres y papel mediador entre tan incomunicativos varones. Uno (el perro viejo) sospecha que si la chica llevara una ametralladora y diera saltos a lo Matrix la crítica no diría que se trata de un personaje esquemático. Como tampoco diría que un polaco que se persigna y muestra más luces que sombras es un personaje esquemático si, en vez de ser un fugitivo de la Siberia estalinista, lo fuera de la Alemania nazi. Por cierto, el polaco del que hablamos, interpretado por Jim Sturgess, inicia su camino a la libertad huyendo de nazis y soviéticos.
Colin Farrell interpreta, muy bien y con tintes tragicómicos, a uno de esos delincuentes que las autoridades soviéticas sumaban al elenco de los “enemigos del pueblo” para que estos sufrieran una multiplicada condena. El descubrimiento de su destino en la frontera rusa resulta sobrecogedor.
La sola imagen física de Ed Harris inunda al espectador de preguntas y sospechas sobre las intenciones y el pasado de su personaje. A fin de cuentas, Camino a la libertad es la historia de las conductas de unas personas muy distintas que quieren redimir pasados también muy diferentes. Los sueños traicionados, la historia, los juicios sumarísimos, el gulag, una naturaleza hermosa y amenazante, la camaradería, la meta lejana e incierta, la resistencia física y psicológica que no se reparte de igual manera, todo conspira para se vayan conformando destinos diferentes, y aun opuestos, que enriquecerán los colores de las tierras por las que se huye y, por qué no decirlo, ya que hablamos de Rusia, de las tierras por las que se peregrina.
Todos sabemos que las estaciones del año, los equinoccios y los solsticios pueden ser una cárcel porque siempre vuelven y porque de ellos es imposible escapar. Peter Weir nos muestra, además, que algunas conductas y la progresiva consciencia de nuestro destino nos libera de esa cárcel y nos ofrece el espectáculo de una naturaleza transfigurada.
Adolfo Álvarez Barthe
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