17 de mayo de 2017 ADOLFO ÁLVAREZ BARTHE. LA CASA DE AUSTRIA Y AMÉRICA Miguel Manrique. El País Digital

Exceptuando al enloquecido Lope de Aguirre, que por escrito insultó a Felipe II, todos los conquistadores y fundadores de ciudades americanas sirvieron a la Casa de Austria sin cuestionarse su autoridad. Otra cosa es que lo dictado por los Consejos de la Corona se aplicara enteramente o de manera parcial. Otra cosa es que, al igual que Lope de Aguirre, no pocos conquistadores enloquecieran por la ingratitud del monarca, si bien su respuesta no fue el insulto sino el empleo de todos sus recursos para seguir explorando el continente americano y una mayor sumisión a Dios y al rey.  Lo cierto es que todos ellos se supieron súbditos de la Casa de Austria.

 

El escenario de los inicios de la conquista fue enormemente complejo: castellanos, andaluces, extremeños, asturianos y vascos, casi todos codiciosos, luchando entre ellos y contra imperios centenarios, pueblos sometidos a esos imperios que deciden aliarse con los conquistadores, religiosos intentando frenar sus excesos, una geografía hostil, enfermedades que cuentan sus víctimas por miles y la escasez o inexistencia de recursos ofrecidos por los monarcas. Además, en 1542, el emperador Carlos V sufrió una grave crisis de conciencia y, advertido de tanto sufrimiento, dudó de la conveniencia de seguir poseyendo las tierras de ultramar. Finalmente se redactaron leyes que amparaban a los indios. Con Felipe II ya no hay dudas sobre la posesión de tan vastos territorios. La Casa de Austria acomete reformas administrativas, legislación sobre el tráfico de personas y mercancías y fundaciones de toda índole.

 

En muchos manuales de historia la conquista de América se reduce a un capítulo en el que se nombra muy poco a la monarquía hispánica, salvo para señalar la ingente cantidad de oro y plata americanos que costeó campañas militares en Europa. Es inadecuado omitir la conquista de América de la historia de la Casa de Austria, pues fueron sus reyes quienes desplazaron el eje de interés del Mediterráneo al Atlántico.

 

El pintor Adolfo Álvarez Barthe ha realizado 47 piezas con la técnica del temple sobre tabla y papel para adentrarse, desde un original discurso plástico, en el título de la exposición. Los retratistas de los Austrias pintaban sus lienzos o tablas originales y copiaban una y otra vez las piezas de unos y de otros. Entonces la pintura tenía un valor de uso. Se precisaba de un buen retrato para ocupar una embajada o para pedir la mano de una futura reina. Tiziano, Antonio Moro, Alonso Sánchez Coello, Juan Pantoja de la Cruz, Velázquez y Carreño de Miranda, entre otros, sirvieron a esos fines. También fueron retratados los conquistadores y fundadores de ciudades americanas. Y los que no lo fueron en su momento encontraron su imagen, decenios y siglos después, en otros lenguajes. Otros autores (trabajadores de las calcografías nacionales para ilustrar sellos y billetes, dibujantes para los libros escolares, ilustradores de cómic, cineastas y publicistas)  nos ofrecieron nuevos rostros de los conquistadores. Adolfo Álvarez Barthe ha querido sumarse a esa larga lista de artistas conocidos y desconocidos. Ha copiado e interpretado esos numerosos retratos para volver a darles valor de uso. La cuidada selección de personajes que el comisario de la exposición, Miguel Manrique, ha llevado a cabo resume un amplio capítulo de nuestra historia.

 

Si durante el siglo XIX y principios del XX existió la pintura de historia, ahora, a inicios del XXI, y gracias a la utilización de los distintos lenguajes artísticos de las últimas décadas, se producen obras que nos siguen convocando para reflexionar sobre la naturaleza del poder y de la conquista. Puede decirse que esta muestra es una metaexposición, pues Álvarez Barthe es la última de muchas manos que conjuga dos historias: la de la conquista y la de la  historia del arte de los últimos cuatro siglos. Las lecciones del arte conceptual, de la poesía-objeto y de la publicidad enriquecen las copias y generan nuevos discursos. En virtud del formato de las obras se establece un ars combinatoria que convierte a las piezas en tótems y cetros. Así se nos convoca para reflexionar sobre nuestra poco contada historia.

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