Índice de olvidos ha llamado a esta exposición el artista, Adolfo, y quizá quiso decir Elegía de noviembre, pero le llamó Índice de olvidos porque, a su oído, la voz antigua de Ovidio no dejaba de susurrar: Quidquid tentabam dicere, versus erat “todo lo que intentaba decir, verso era”. Y asintió Adolfo a esta frase triste, que ya había pintado los siete grandes cuadros, los que contienen el secreto infinito, el que carece de palabras. Siete cuadros como pilastras, siete cuadros como las nieblas que sostienen el mundo cuando empieza a difuminarse empujado por el vértigo de alguna visión sagrada. Siete cuadros, uno de la gran luna, simbolista y azul, azul ceniza; uno de cardos bellos y uno de envenenados, bien nuestros ambos; uno del artista que ha ocupado su propio espacio, para confesar quedo a la armadura de Orlando Furioso: forse altri cantera con miglior plectro, “Quizás otro cantará con mejor plectro”; uno de rostros perdidos y ruinas olvidadas en la frente de este artista, rostros de cuencas vacías, rostros sin ojos para su propia ruina; uno del regreso ya imposible del poeta de vario nombre, poeta perdido entre los adjetivos y un olvidado exilio; uno, en fin, de la Asunción. Y en torno dispuso una secreta algarabía de miradas más pequeñas, diminutos olvidos cotidianos, como un jardín apenas posible, como el perfume inextinguible de una revelación largo tiempo repetida y sin amo.
A sus cuadros han vuelto las brumas que nunca desaparecieron, los aromas de la levedad pasada, la que nos invita a morir en una mirada; las aguas quietas que son epitafios borrados, donde consta que el cielo de los hombres está vacío y su infierno, cerrado, y que la condena al silencio es el espejo de sus vidas. En ellos el mundo es un círculo y en él encajan todos los recuerdos que no hemos sabido forrar de olvido. ¡Oh, sí! Adolfo lo sabe. Sabe que para perpetuarse debe escanciar generosamente los barnices del olvido, lijar a fondo los recuerdos para que no se parezcan a sí mismos, y velar y velar y velar con el empeño de la diligencia que borra aquellas aristas que nos permiten intuir la imagen requerida para un justo olvido, la que se parece, sin ser la imagen misma.
Pasead entre estos cuadros los que habéis acudido y calculad cuánto espacio hay entre dos columnas y la muerte. Recorredlos de abajo arriba, alzad la mirada y enteraos de la hora, apenas queda tiempo de sentarse porque es noviembre y se agotan los aromas, se amortigua el aire, palidece la luz… El paraíso terrenal es en este preciso instante el final de un lamento perdido, un hexámetro, una endecha mal traducida al gris. Volved al primer cuadro donde Adolfo ha guardado el fiero cuchillo de la ausencia. En el tercero ha vertido un tósigo de amor en desesperos y el sexto lo ha cubierto con mil llagas del cansancio de sus manos, regado con sudor de dulces fatigas, el onceno está acabado con polvillo de las ansias que no cesan, que no se mitigan. Y en el final, el último aún de vuestros pasos, adonde os guían las estelas de infeliz hermosura, permaneced alerta porque, sin el pintor quererlo, se ha escondido el hado, siempre adverso.
Recobrad la esperanza los que esto veáis, esta muda biblioteca enmarcada sin la pesadez de los hexámetros. Pues es noviembre y está dicho que en este mes regresen a la memoria los términos placenteros de nuestros sentidos para que cada hombre sea el héroe que sigue en pie, para que la vida rinda al ocaso las cuentas de su nacimiento. Recobrad el ánimo y ved que Rilke está alzando el telón y que el escenario siempre es el de la despedida y quién no se inquieta frente al telón de su corazón. Recobrad la presencia y obrad, vosotros, que siempre sois espectadores en todas partes y nunca alzáis la mano si no es para decir adiós. El pintor, Adolfo, ha pintado y en ese retrato de familia está la obsesión de la infancia y la ignorancia del hombre y el monumento a la vida.
Ahora que habéis pasado dos veces y habéis comprendido que volveréis a pasar otras treinta más frente a estos columnarios de altas melancolías, ahora que habéis intuido los bosques de lágrimas y el sendero lejano de las sibilas, ahora que se han cerrado para siempre las nubes de la Gloria. Ahora que en silencio ha hablado Adolfo. Adiós os digo.